











Ficha Ténica:
Título: Laberinto
Año: 2021-2023
Formato: Videoinstalación proyecciones multicanal de Video HD (5) proyecciones simultáneas.
Laberinto se articula a través de un recorrido de pantallas yuxtapuestas, sostenido por un equilibrio sonoro que emana un efecto de reminiscencia. A su vez, establece una comunicación bidireccional que encuentra eco tanto en el espacio expositivo como en el cuerpo del receptor. En este sentido, el sustento conceptual se entrelaza en problematizar la lectura de un cuerpo atravesado por experiencias de violencia, ubicándolo como un contenedor donde habitan los signos de la historia.
El cuerpo se convierte así en portador de una historia silenciada, en el testigo vivo de la cultura a la que pertenecemos. Su gesto habla por sí mismo, y su silencio es el rastro indeleble de la indiferencia que ha permeado la historia en Colombia. De esta manera, este recorrido se configura como un ejercicio de pensamiento que activa los sentidos, buscando un equilibrio sensible entre los múltiples simbolismos del gesto. En consecuencia, la imagen en movimiento se entrelaza para ofrecer una lectura del cuerpo no solo como resistencia, sino también como un espacio de reconocimiento del dolor que desconocemos. Precisamente en esa grieta —entre la resistencia y la vulnerabilidad— se inscribe la memoria en la psique, en los afectos y en los cuerpos que habitamos.
Nietzsche lo plantea desde la temporalidad del resentimiento, esa prisión del alma que nos encierra en un pasado inmutable. “El resentimiento —dice Nietzsche— es una marca indeleble que nos clausura en un dolor que no podemos compartir ni elaborar con otros”. Este encapsulamiento del dolor, resultado de la violencia y la despolitización, nos conduce a un solipsismo devastador.
Así, la experiencia sensible del proceso convoca al cuerpo a declarar, provocando en cada receptor una comprensión súbita, una epifanía. Como expone Levinas: “cuando te enfrentas a un rostro, te enfrentas a una epifanía, a una responsabilidad ética”. Y esa responsabilidad ética es, precisamente, la responsabilidad frente al otro. Entonces, cabe preguntarnos: ¿Cuál es mi guerra? ¿Cuál es mi paz?
Por esta razón, esta obra no es una representación de la violencia. No se enfoca en narrar la historia de una persona con nombre propio ni en relatar un hecho específico del conflicto colombiano. Más bien, se aproxima a una lectura de resistencia frente a la omisión, activando en su recorrido una memoria colectiva que nos impulse a confrontar lo que pasó, lo que está pasando y lo que aún no hemos superado como sociedad.
Responde a la memoria no como un depósito inerte, sino una fuerza en movimiento, un campo de posibilidad como nos recuerda Guzmán— “sabe y recuerda”. Y en ese saber y recordar se encuentra también la semilla de la resistencia. Comprender que el dolor que nos marca es un dolor producido en un mundo de relaciones nos permite empezar a desentrañar las estructuras que perpetúan la violencia y el resentimiento. Nos permite imaginar nuevas formas de ser y estar en el mundo, donde el cuerpo y la acción no estén clausurados por el odio, sino abiertos a la posibilidad de un cambio que nos guíe hacia un estado de empatía y una voluntad de acuerdo.


Es entonces, desde estos tránsitos digitales, donde exteriorizo el cuerpo, y quienes colaboraron como artistas en esta performance permitieron que el suyo se confrontara con sus vivencias particulares, su construcción de identidad, sus herencias y su propia percepción corporal. Casi de improvisto, este proceso se materializó en un signo que, en palabras de Umberto Eco, “el elemento primario de la performance está dado por la ostentación de un cuerpo humano en acción, que deja de ser una cosa entre las cosas para devenir un signo”..
El trabajo con los artistas que participaron en la performance fue un ejercicio de exploración consciente del cuerpo y su carga histórica. A través de metodologías provenientes del teatro y la danza, propuse ejercicios escénicos que operaban desde el inconsciente, capturando aquello que emerge sin ser plenamente anticipado. Uno de los momentos más significativos ocurrió con el artista Edu Martínez. En un ejercicio en el que le vendé los ojos y lo expuse a una serie de sonidos, su respuesta a un audio de caballos fue inmediata: su cuerpo reaccionó con un gesto de tensión extrema y al preguntarle posteriormente qué había experimentado, respondió: “Cuando me pusiste el sonido del caballo, sentí que un caballo me arrastraba”.
Esa frase detonó una conexión con la historia de la esclavitud y la violencia contra los cuerpos racializados. Se convirtió en un eje central para la composición de la obra, en un punto de quiebre donde la memoria corporal evidenciaba cómo las violencias históricas persisten en la sensibilidad contemporánea. En ese instante, el cuerpo dejó de ser un ente aislado para volverse archivo, testimonio vivo de una experiencia que trasciende lo individual.
Montaje


